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Este caso, el de los niños de Illfurt, es realmente uno de los más significativos para todos los tiempos, por todos los sorprendentes sucesos ocurridos, de los que se tienen testigos directos.
El horror no solo involucro a dos pequeños e inocentes niños si no que, además, fue toda la familia la que sufrió las maldades del demonio. Los hechos se extendieron por cinco años, desde 1864 a 1869, cuando los dos niños, Teobaldo, de 9 años, y José, de 8, pudieron ser exorcizados.
En otoño de 1864 los niños cayeron enfermos. Empezaron a adelgazar peligrosamente y no tardaron en aparecer las alucinaciones: el mayor, Teobaldo, aseguraba que se le aparecía un personaje al que llamaba "maestro", con pico de pato, pies de caballo y el cuerpo cubierto de plumas sucias.

Una de las espeluznantes manifestaciones de estos niños se daba, cuando acostados sobre sus espaldas, comenzaban a girar a una gran velocidad que ningún humano podría igualar. Asimismo, golpeaban con una gran fuerza durante mucho tiempo los muebles y otros elementos de la casa.
Manifestaban enormes hinchazones del vientre y algo parecía girar dentro de éstos, como si un ser se moviera dentro de ellos. Además, hablaban en variados idiomas con una voz muy adulta y sin movimiento de sus bocas, y luego vomitaban espuma, plumas y hasta musgo.

Se llegó a la conclusión de que los niños estaban poseídos por el Diablo, pues, además de todo esto, sentían aversión por los símbolos cristianos, como el crucifijo, el rosario, el agua bendita... La temperatura de su habitación era elevadísima, a pesar de los fríos días de invierno.
En 1869 Teobaldo fue exorcizado por el padre Souquat, que descubrió que los demonios que poseían al niño se llamaban Oribás y Ypés. El exorcismo de José fue oficiado por el párroco Brey, que consiguió que el demonio abandonase el cuerpo del niño. Este, a cambio, le pidió permiso para poseer una piara de cerdos, tal como sucedió en el milagro de Jesucristo del endemoniado de Gerasa.


En una ocasión Teobaldo hizo ruidos con la boca simulando "llamar a muerto"; al ser cuestionado, afirmó que el padre de una de las presentes acababa de fallecer. Ante la incredulidad de la mujer, el niño le dijo que lo comprobara: Ciertamente, al acudir a su encuentro, la joven se enteró que su progenitor había muerto.

Se lee en la página 40: "Mientras el demonio injuriaba y se burlaba de las cosas más santas, sin hacer excepción ni siquiera de Dios mismo, nunca se atrevió a insultar a la Virgen; y a alguien que le preguntó la razón, le contestó brevemente: 'No tengo el derecho. El títere sobre la cruz me lo ha prohibido'.
Su furor... llegaba al paroxismo, cuando alguien le echaba agua bendita" (p. 140).
Una vez el alcalde echó en los dedos de Teobaldo "unas gotas de agua bendita, e inmediatamente fue atacado por una fuerte agitación, hasta caer por el suelo, arrastrándose, ir a esconderse debajo de la mesa, cuando vio que no podía huir por ninguna parte" (p. 114).

El señor Andrés nos dice: "Cuando la monja que le lleva los alimentos deja caer en ellos una gota de agua bendita, o los toca con un objeto sagrado, Teobaldo se da cuenta inmediatamente, aunque esto se haya hecho en la cocina a donde él no va nunca. En ese caso, se acerca al plato con sospecha, mira atentamente los alimentos que le han llevado, y siempre los rechaza diciendo: '¡No tengo hambre! Hay porquerías ahí dentro' o también: 'Es veneno'. Y para hacerlo comer, hay que llevarle otra cosa. Lo mismo sucede con las bebidas" (p. 137).

"Si la monja le llevaba a Teobaldo alimentos y bebidas en las que había dejado caer gotas de agua bendita, él rechazaba sistemáticamente tomarlas, cuando no lanzaba contra la pared el plato y el vaso: pero ni el uno ni el otro se rompían" (p. 31).
"Una vecina de casa, la señora Brobeck, trató una vez de poner agua bendita en una medicina que los dos hermanos tenían que tomar: 'Vaciaremos todas las botellas de la farmacia, declararon ellos rechazando enérgicamente el remedio, antes que aceptar una gota de agua de la señora Brobeck'" (p. 29).

"¡En dos noches destruyó las abejas de veinte colmenas que pertenecían al vecino de los Brobeck: todas las abejas habían sido decapitadas! Pero como Satanás se declaró el autor de aquella extraña hecatombe, el señor Brobeck hizo bendecir las colmenas y los nuevos enjambres; y el poder del ángel destructor quedó aniquilado" (pp. 77-78).

"Otra vez el maligno se divirtió sacando el fruto de una gran cantidad de nueces que pertenecían a la familia Brobeck: no es necesario insistir en el asombro de todos, cuando vieron esas nueces con la cáscara verde perfectamente intacta y marcada con un pequeño rasguño" (p. 78).
Al igual que todos los relatos de exorcismos lo niños hablaban intermitentemente en distintos idiomas, uniendo de alguna manera todos los casos de posesión.




El demonio había huido. (texto extraído escalofrio.com)

¡Los testigos de la escena horrible quedaron aterrados! Un momento antes, una rabia que causaba espanto, un rostro desfigurado por la cólera, respuestas declaradas: ahora, un niño inmóvil, que dormirá tranquilamente durante una hora, acostado en un suave colchón. ¡Finalmente ha quedado liberado! Ya no reacciona contra el crucifijo y el agua bendita, y se puede levantarlo y llevarlo a su habitación sin la mínima dificultad. Finalmente, se despierta, se refriega los ojos, mira con asombro a las personas que lo rodean, y que él no reconoce...

- ¿No te acuerdas de mí? - le pregunta el padre Schrantzer.

- ¡Pero si nunca te he conocido! - contestó Teobaldo, muy asombrado.

¡La madre lanza un grito de alegría sobrehumana! ¡Su hijo ya no es sordo, ya no es víctima del demonio, ha sido liberado del monstruo!... Lágrimas de agradecimiento salen de sus ojos, y todos se unen a ella para agradecer vivamente a Dios que ha dado a su Iglesia el poder de vencer al infierno.

Madre e hijo vuelven a Illfurt; y la madre, con el corazón lleno de emoción y de alegría, espera con firme fe la liberación de José.

Su esperanza se realizaría el 27 del mismo mes.

Desde el día en que volvió a su casa, Teobaldo fue de nuevo alegre como antes, y siempre de buen humor. No tenía la más lejana idea de lo que le había sucedido, ni siquiera reconocía al párroco, padre Brey.

Habiendo llevado de Estrasburgo algunas medallas bendecidas, le ofreció una a José y quedó asombrado al ver que éste la echaba al suelo y la pisoteaba, diciéndole irritado: - ¡Podías conservarla para ti, yo no la necesito!

- ¿Será que se enloqueció José, mamá? - dijo Teobaldo, ¡sin saber encontrar otra explicación a un hecho que la madre, naturalmente, se cuidó de aclararle! (op. cit. pp. 90-91).

Respecto de la liberación de José, se lee más adelante: - "Ahora, heme obligado a partir" - gritó el diablo como en un largo mugido; y con ese grito, el niño se echó por el suelo, se contorsionó varias veces, inflando los carrillos, y cayó en un acceso de convulsión, mientras los presentes lo miraban con angustia, sin atreverse a tocarlo. Finalmente se calmó y permaneció inmóvil y silencioso. Le quitaron las correas con las que lo tenían amarrado, sus brazos se aflojaron, inclinó dulcemente la cabeza, y después de algunos minutos se sacudió como uno que se despierta de improviso, abrió los ojos, y se mostró maravillado de encontrarse en la iglesia y rodeado de gente que él no conocía.

Al principio de la función el demonio había dicho:

- Si soy expulsado, romperé alguna cosa como señal de mi partida.

Y cumplió con su palabra. La camándula que le habían puesto en el cuello a José cayó hecha pedazos después de la liberación; y lo mismo sucedió con el crucifijo que le habían colocado en el cuello" (op. cit. pp. 93-94)

Las señales, a las que había hecho alusión, no representan una prueba infalible de la salida del demonio, pues él puede quedarse tranquilo, aún después de haberse desencaprichado con semejantes manifestaciones. Tampoco hay que creer que son necesarias para la liberación, pues no tienen nada que ver con ella (cfr. P. Thyraeus, pp. 195-196).





 

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